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Nieve y hielo, amigos o enemigos

Mientras escribo estas líneas, buena parte del centro, el norte y el este del continente europeo se están viendo afectados por la entrada fría más fuerte de este invierno extraordinariamente dinámico. No hemos tenido ni una semana seguida de tranquilidad, de anticiclón, con las típicas «mermas» de enero o un descenso del nivel del mar como consecuencia, precisamente, de las altas presiones, porque cuanto más alta es la presión atmosférica, más puede bajar el nivel del mar; o, cuanto más baja, más sube el nivel del mar.

Pero no nos desviemos del tema. Decíamos que hace frío y nieva en muchos países europeos; por lo tanto, aún faltan bastantes días para el inicio del deshielo, para la primavera y para un fenómeno que ha resultado un claro aliado o enemigo, dependiendo del bando desde donde se mire, en algunas batallas épicas. Así que toca hablar de la…

RASPUTITSA. Con la primavera avanzada aparece la primera rasputitsa o «estación del barro», que afecta a extensas zonas de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Después de varios meses con los campos y caminos cubiertos de nieve, se iniciará el deshielo, y estos campos y caminos se convertirán en enormes fangales, en extensiones de barro infinitas que perjudican notablemente el transporte de mercancías y viajeros. La segunda rasputitsa será en otoño, con la llegada de lluvias intensas, pero no tiene la intensidad y la repercusión de la primera estación de barro. Napoleón tuvo presente este enorme obstáculo en el momento de invadir Rusia e intentó avanzar por zonas más boscosas, menos propicias a la formación del barro.

 

 

También, durante la Segunda Guerra Mundial, el barro frenó el avance de los alemanes. Incluso los tanques más poderosos y modernos se vieron aprisionados durante días. Posiblemente esta fue la causa principal por la que las tropas alemanas no conquistaron Moscú. Recordemos que las condiciones en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial fueron terribles, ya que, antes de sufrir las consecuencias de la rasputitsa, los alemanes tuvieron que soportar lo que los rusos conocen como «General Invierno», y que ya comentamos en un artículo anterior: cinco meses seguidos de nevadas y temperaturas bajo cero.

 

 

 

Ahora veremos cómo el deshielo también puede suponer un gran tropiezo o ser un gran aliado en otro hecho histórico que se llegó a cualificar de…

 

MILAGRO METEOROLÓGICO. A unos 60 kilómetros al sur de Múnich, en el estado federado de Baviera, nos encontramos con el fabuloso monasterio de Benediktbeuern, cuyos orígenes se remontan al siglo viii. Está situado en un valle que baja de la vertiente norte de los Alpes. Actualmente está rodeado por tierras de cultivo, pero antiguamente eran zonas pantanosas, una auténtica defensa natural contra posibles ataques. En octubre de 1702, Max Emmanuel, elector de Baviera, declaró su separación del Tirol. Al año siguiente, las tropas bávaras entraron en el Tirol. Después de la invasión, los tiroleses clamaron venganza y, entre otros actos, decidieron conquistar y quemar el monasterio.

Era el mes de enero de 1704 (en plena «pequeña era glacial», periodo muy interesante y curioso que nos afectó también en Cataluña y del cual hablaremos pronto). Las temperaturas casi siempre estaban por debajo de los cero grados, y los pantanos y ríos que rodeaban el monasterio se mantenían completamente congelados. El día 29 de aquel mes, justo cuando amanecía el día, las tropas tirolesas habían alcanzado el límite del pantano congelado y se disponían a cruzarlo, cuando de repente empezó a soplar un furioso viento del sur, cálido en extremo. Se calcula que la temperatura ascendió en pocos minutos entre 10 °C y 15 °C. Era el «efecto Föhn», un viento impetuoso que baja por la vertiente norte de los Alpes y llega a los valles con temperaturas muy elevadas y humedades bajísimas. En menos de cuatro horas, el hielo del pantano empezó a agrietarse y a fundirse. El ataque se tuvo que anular, ya que no había otra forma posible de conseguir el objetivo. El suceso fue considerado como un milagro, aunque el verdadero motivo fue el cálido viento del sur con un efecto Föhn muy marcado.

 

 

Y, para terminar, la prueba que demuestra que el frío se puede «escuchar».

 

El inglés Chris Watson registra el sonido de los elementos, como en su trabajo Antárctica, la frontera del hielo marino. Watson registra el viento, la lluvia, los truenos, las olas, el canto de los pájaros, el crujir del hielo con una increíble fidelidad. Para ello, no le importaba viajar hasta las altas tierras escocesas, los hielos interiores de Islandia o las planicies sin fin del Serengueti. Le recomiendo que se siente cómodamente, cierre los ojos y escuche alguno de sus trabajos como Winter, del 2013, o The weather report, del 2003. Déjese llevar por la imaginación y disfrute del sonido de los elementos. Puede encontrar estos sonidos de la naturaleza en YouTube.