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Las locuras del verano de 2021

Seguro que han oído noticias referentes a grandes incendios en Canadá, Estados Unidos, Grecia y Turquía; también en Cataluña los hemos tenido como hacía años que no se registraban. Pero la retahíla de fenómenos extremos de este verano es inacabable: inundaciones históricas en Alemania y Bélgica, récords de calor en Grecia y Turquía —también en Canadá—, tornados y granizadas nunca vistas en varios países europeos, récord de lluvia torrencial en Nueva York, inundación en Alcanar... La lista es muy larga. Intentemos dar respuesta a algunas preguntas que nos podemos plantear. 

¿No hemos tenido siempre fenómenos violentos? Pues sí, siempre los ha habido. Recordemos, en Cataluña, las enormes inundaciones que tuvieron lugar en septiembre de 1962 en la zona del Vallès, con más de 900 víctimas mortales; las de noviembre de 1981 en el Pirineo; las tremendas heladas de febrero de 1956; el tornado en Badalona en 1892; la gran nevada del día de Navidad en 1962; las inundaciones en el Baix Camp en octubre de 1994... Tampoco acabaríamos nunca con el recordatorio de fenómenos extremos que nos han afectado. 

 

 

Así pues, ¿por qué ahora hablamos tanto de fenómenos extremos? El calentamiento del planeta está provocando que la temperatura de los mares y de los océanos también aumente; y, por lo tanto, estos pueden liberar más energía y dar más fuerza, más potencia, a borrascas o situaciones que potencialmente pueden ser peligrosas. De hecho, haciendo un repaso a los informes más rigurosos de científicos de todo el mundo, todos coinciden en un mismo titular: los fenómenos extremos son cada vez más frecuentes y más intensos. 

 

Algunos ejemplos muy evidentes: el temporal Gloria, de enero del 2020, provocó una situación de levante severa e histórica que supuso un récord para un mes de enero de lluvias intensas, rachas de viento y altura de olas. La misma borrasca hace cincuenta años habría provocado lluvias no tan intensas, vientos no tan fuertes y olas no tan altas. La causa del Gloria fue un Mediterráneo más cálido que, como hemos comentado, puede liberar más energía i alimentar, con una sobredosis de «vitaminas», determinadas perturbaciones. Otro ejemplo de cómo los extremos son más frecuentes es la precipitación: la media es la misma en conjunto, pero disminuye el número de días de lluvia al año, lo que significa que aumenta de intensidad. Una precipitación de 100 litros por metro cuadrado en Barcelona, hasta hace treinta años, se registraba cada diez o quince años; ahora de media tenemos una cada año. Otro ejemplo impactante de esta irregularidad en la precipitación lo encontramos en el año 2015, el más seco en muchas comarcas catalanas desde «el año de la hambruna» —en 1817 en Barcelona con una media anual de 600 litros, puesto que en el 2015 tan solo cayeron 277... Pero tres años más tarde, en el 2018, tuvimos el año más lluvioso desde que se tienen registros —a finales del siglo xviii—: en la misma capital catalana cayeron 1051 litros. Es decir, los «dientes de sierra» son cada vez más pronunciados. 

 

 

Pero en enero del 2021 hubo una gran nevada con olas de frío muy importantes en muchas partes de España... Si se va calentando el planeta, ¿por qué tenemos estos fríos y estas nevadas? Cuando, hace dos años, en diversos puntos de Estados Unidos tuvieron récords de frío, también se hacían la misma pregunta, y algunos lo aprovechaban para negar el tema del calentamiento. También el invierno del 2011 fue el más frío en dos cientos años en Irlanda. Pero, cuando ocurren estos fenómenos, se trata de situaciones que se producen en un ámbito geográfico concreto. Lo que debemos mirar es el global, lo que tenemos de media en todo el planeta. Que haga mucho frío en un lugar o país concreto no quiere decir que esté haciendo mucho frío en el resto del hemisferio. Por lo tanto, aunque parezca una contradicción, a pesar del calentamiento del planeta, también podemos tener grandes olas de frío y grandes nevadas durante una temporada, pero lo que realmente se observa es que las olas de calor son cada vez más frecuentes, y las olas de frío, menos.

 

 

Y… ¿qué ocurrirá en el futuro? Nos quedamos con lo que ya hemos comentado antes. Todos los científicos serios dicen lo mismo: los fenómenos extremos serán más frecuentes y más extremos, y en el Mediterráneo lo notaremos más, porque es una de las zonas más sensibles del planeta. Eso sí, nos quedamos en el 2030, ir más allá nos parece que es un poco atrevido. 

Qué podemos hacer? Dos cosas. La primera, adaptarnos, ser previsores. Las lluvias serán más torrenciales; los vientos, en determinadas situaciones, serán más fuertes... Por lo tanto, adaptar las infraestructuras a estos fenómenos. De hecho, son muchas las medidas que se deben tomar... Y después, y lo más importante: luchar para reducir el aumento del CO2, cambiar hábitos, poner leyes más restrictivas para no contaminar tanto... Este es un tema muy interesante, pero también bastante polémico: esto de cambiar hábitos no nos gusta demasiado. Eso sí, somos optimistas y creemos que en los años venideros conseguiremos éxitos medioambientales, pero todos tendremos que poner de nuestra parte... Recuerde: hay que seguir la Agenda 2030 y cumplir los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) antes de esta fecha.