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El agua y sus estados

Los tres estados del agua son: líquido, gaseoso y sólido… No vamos bien. Así no haremos asequible un artículo sobre el agua. Esto me recuerda cuando era pequeño y me hicieron aprender todos los ríos de Europa, desde Siberia hasta Turquía, en el sentido contrario a las agujas del reloj. Tenías que recitarlos de memoria y, si te saltabas uno, colleja que te llevabas. Les cogí manía a los ríos. Pero el tiempo (cronológico) lo cura todo.

El agua puede adquirir formas increíbles, dependiendo del medio físico en el que se encuentre: en el aire condensado en forma de nubes, a veces pareciendo plumajes o un rebaño de cabras o coliflores gigantes; con temperaturas muy bajas, en forma sólida, en forma de millones de pequeños cristales de hielo depositados o formados sobre una superficie, y de preciosos cristales flotando mágicamente y agrupados formando copos o piedras de hasta medio kilo de peso, destrozando todo lo que encuentran a su paso; y, por supuesto, en forma líquida. Hoy nos fijaremos en las nubes, esas masas tan distintas en formas, dimensiones, coloraciones… Esto lo sabía muy bien un…

Enamorado de las nubes: así era Luke Howard (Londres, 1772-1864). Un enamorado de las nubes. Casi podríamos decir que el padre de las nubes. Con tan solo ocho años ya se pasaba el día observándolos, estudiando sus formas, la altura, la dirección, la velocidad. Entre mayo y agosto de 1883, y a consecuencia de la explosión de dos volcanes, unos meses antes, el Eldeyjar, en Islandia, y el Asama Yama, en Japón, el hemisferio norte se tiñó de unas irisaciones espectaculares, mezcla de ceniza y polvo de las erupciones y de las propias nubes. Aquel espectáculo natural lo entusiasmó aun más. A partir de entonces, y durante treinta años, se dedicó al estudio de las nubes ayudado por un barómetro y un termómetro para anotar las observaciones diarias. En el invierno de 1802-1803 presentó un estudio que todavía hoy, con ligeras modificaciones, utilizamos: Sobre la modificación de las nubes. En él clasificaba las nubes como cumulus, stratus, cirrus y nimbus, que se podían combinar entre ellas (desde hace varios años, los nimbos no existen como tal, sino tan solo combinados, por ejemplo, los nimboestratos y los cumulonimbos … Ya lo veremos más adelante. De hecho, unos meses antes, el francés J. B. Lamarck (1744-1829) ya propuso una clasificación de las nubes, pero, como los nombres estaban en francés y para la formación de las nubes se proponía la influencia de los astros, la comunidad científica rechazó aquella nomenclatura. ¡Y estuvo muy bien hecho! A continuación, podemos ver un cumulonimbo dibujado por él mismo.

 

 

La popularización de los nombres de las nubes la debemos en gran parte al genial escritor alemán J. W. Goethe (1749-1832), quien utilizó la clasificación de Howard en su diario meteorológico. A menudo aparecían los nombres de las nubes en diversas obras suyas. Incluso les dedicó un poema.

 

Existen numerosos ejemplos de personas que se han interesado por las nubes, su formación y variedades. El filósofo francés del siglo xvii René Descartes escribió sobre ellas: «Ya que hay que levantar la vista hacia el cielo para verlas, las consideramos el trono de Dios. Esto me hace confiar en que, si consigo explicar su naturaleza, será fácil creer que de alguna forma es posible encontrar las causas de todas las maravillas de la Tierra». John Constable era otro enamorado de las nubes. Este pintor inglés, a finales del siglo xviii y principios del xix, plasmó en sus lienzos, y como nadie lo había hecho antes, nubes de todo tipo. Quizá el secreto residía en una frase que usaba a menudo: «No vemos nada tal y como es hasta que lo comprendemos».

 

 

Otro ejemplo de interés por las nubes, en este caso puramente práctico. Sobre las islas del Pacífico sur se forman cúmulos de cierto desarrollo, de modo que, con frecuencia, la superficie oceánica queda libre de nubosidad. Antiguamente, los isleños utilizaban estos cúmulos como faros o guías para orientarse y llegar a su destinación con rapidez. Las tribus masáis de Kenia y Tanzania tienen Ngai como principal deidad. Cuando las nubes se tiñen de rojo, significa que Ngai se ha enfadado, pero, curiosamente, si la base es muy oscura, Ngai está de buen humor. Mucho más cerca, en Asturias, existe un ser mítico fantástico: el nuberu. Es un ser maléfico, el genio de las tormentas. Cuando se enfada, provoca rayos, truenos y granizadas. Una forma de alejarlo es colocar un carro al revés, con las ruedas hacia arriba, o lanzar un zapato en dirección hacia la nube para «romperla».

 

 

 

Uno de los primeros fotógrafos de nubes fue el belga Léonard Missone (1870-1943), especialista en el cielo tempestuoso y amenazador. El americano Alfred Stieglitz (1864-1946) creó una serie de fotografías de nubes, llamada Equivalents, con las que intentaba relacionar el aspecto de la nubosidad con los sentimientos humanos. Y, para sorprendernos, e incluso sonreír un poco, tenemos las series de nubes «que parecen cosas» y que encontramos en la web de Cloud Appreciation Society. No se lo pierda.