Publicador de contenidos

Crónicas sobrecogedoras

Hoy queremos transmitir narraciones de fenómenos reales. El agua es un bien muy preciado, pero ya hemos visto que, cuando viene acompañada de otros fenómenos violentos o cuando cae con demasiada violencia, poco tiene de preciada… Y si una predicción no sale bien…, ¡póngase el cinturón, que vienen curvas!

El primer huracán: Álvar Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera, 1507-Sevilla, 1559) fue un conquistador español que describió con gran exactitud los fenómenos meteorológicos que sufrió en uno de sus viajes por Cuba o al sudoeste de Estados Unidos, especialmente en Florida. En su libro Naufragios narra, con gran profusión de detalles, el efecto devastador de un huracán sobre la villa de Trinidad, en Cuba, en 1527. Para él y para sus marineros, el fenómeno era absolutamente desconocido, y lo narra con gran pasión: describe los vientos en forma de espiral, habla de lluvias torrenciales que provocan la confluencia de ríos y torrentes, que se cargan casas e iglesias. Comenta la oscuridad tenebrosa que los acompaña e, incluso, detalla la caída de rayos de increíble potencia. En un momento dado, y ya de noche, explica como él y sus compañeros tienen que abrazarse para que el viento no los arrastre y, posteriormente, han de agarrarse a un gran árbol que poco después es arrancado del suelo. Por la noche, los indígenas bailan y bailan hasta que el huracán pierde su fuerza. Los cuerpos de los indios dibujan unas formas que simulan la dirección de las nubes en el cielo.

Ya por la mañana y cuando el huracán cesa, descubren una pequeña balsa en la copa de un árbol. Junto a sus marineros, recorren la comarca desolada por el fenómeno, con centenares de animales muertos y cosechas perdidas.

Esta narración es quizás una de las primeras en describir un huracán. Para disfrutar con narraciones de fenómenos similares, apunte estas dos novelas: Tifón, de Joseph Conrad, y Huracán en Jamaica, de Richard Hughes.

 

 

Persecución accidentada: El meteorólogo Felipe Ferro, acompañado de un cámara de televisión y dos reporteros, persiguió literalmente el ojo del huracán Erin cuando alcanzó la península de Florida. Era el 2 de agosto de 1995. El ojo se situaba en Vero Beach, y allí es donde se encontraban ellos. Se habían refugiado soportando vientos huracanados y, de pronto, cesó el vendaval; incluso se abrieron claros. La calma era total. No se movía ni una hoja, y algún pájaro empezaba a cantar. Alguien propuso ir a buscar la pared del ojo del huracán. Instalados en un Jeep se dirigieron hacia el noroeste según las indicaciones de Ferro. Tenían que esquivar los obstáculos arrancados por la primera parte del huracán. Era de noche y no había luz. La calma era total ya que se desplazaban a la misma velocidad que el ojo. Aceleraron para encontrar la pared nubosa. Y, de repente, apareció un inmenso muro de nubes, vertical, poderoso, elevándose hasta el cielo. Los continuos rayos iluminaban las formas redondeadas de los cumulonimbos. Decidieron continuar, penetrando en la zona más peligrosa del huracán: el viento pasó de calma a superar los 140 km/h y una lluvia horizontal los azotaba. Dudaron de si continuar por miedo a los impactos de los objetos arrancados por el viento, pero la pared los atrapó. Inesperadamente, el huracán cambió de rumbo. El viento era terrible, con un constante aullido. Una gran rama golpeó el vehículo. Se refugiaron en un garaje. Intentaron salir a pie para recoger datos, y un semáforo pasó volando a escasos centímetros. Decidieron dar media vuelta y volver al interior del ojo de Erin.

 

 

 

Y terminamos con la crónica más sobrecogedora de todas. Avisamos, el final es fuerte.

 

En 1870, Suecia encabezaba los descubrimientos meteorológicos en el mundo. Jürgen Svensson, director del Servicio Meteorológico sueco, con sede en Uppsala, estaba cada vez más solicitado para conocer sus predicciones meteorológicas. Los armadores necesitaban saber la evolución del tiempo para el traslado de sus mercancías. A Svensson no le gustaba mucho hacer predicciones; era más un investigador y un apasionado de los fenómenos meteorológicos, pero los pronósticos le reportaban dinero que luego invertía en nuevos estudios e investigaciones. En 1879 tenía 73 años y era una eminencia en todo el mundo. Corría el mes de marzo y el invierno había sido especialmente duro. El viernes 16, y a pesar de una clara mejora del tiempo, comunicó la posibilidad de fuertes tormentas durante la próxima semana. El sindicato pesquero anuló su campaña de arrastre. Turistas y viajeros se quedaron en tierra. Pero cuando llega el lunes 19, el tiempo es casi primaveral. Los periódicos del martes 20 se burlan del científico y de sus predicciones. Los armadores sufren grandes pérdidas. El viernes 23 de marzo emite una nueva información meteorológica: presionado por la opinión pública, anuncia la continuación del tiempo estable, aunque en su interior tiene muchas dudas sobre la fiabilidad de dicha predicción. Decenas de arrastres se hacen a la mar. Dos días después, tiene lugar una terrible tormenta que viene del norte, seguida de otra todavía más violenta. Causa 1800 muertes. Jürgen Svensson se pega un tiro y muere tres días después.