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Aventuras meteorológicas con Verne y Tchaikovsky

Este es el artículo número 25. Siempre intento que el hilo conductor sea el agua en sus diferentes estados, pero hoy, quizá porque, mientras escribo, sopla un fuerte viento de levante, el cielo es gris y la temperatura de 11 °C, nos sentimos como más recogidos. Casi con un punto de romanticismo nostálgico, queremos rendir homenaje a dos personas que nos han hecho pasar horas y horas deliciosas, con fenómenos meteorológicos descritos literalmente y musicalmente con un gran realismo: grandes nevadas, aguaceros, tormentas… Empecemos con Verne.

Verne, la imaginación al poder. Quién no ha leído alguna obra de Jules Verne (1828-1905). Y seguramente las tormentas en el mar, con sus naufragios, le vendrán a la memoria inmediatamente, como, por ejemplo, en El Chancellor: increíble la descripción del huracán y la tormenta. Pero nos centraremos en tres novelas con meteorologías «imposibles», Qué imaginación tenía Verne!

 

 

En Viaje al centro de la Tierra, los héroes se encuentran en las profundidades de nuestro planeta con un extenso mar interior. Y, de repente, se desata un impresionante temporal con unos rayos «especiales», e incluso con detalles del tipo de nubes que surcaban aquel «cielo» rodeado de rocas.

 


En La esfinge de los hielos se trata de alcanzar el polo Sur, cuando todavía faltaban muchos años para descubrirlo. Según Jules Verne, hay un continente con un paso estrecho por el cual navegan los héroes de la novela. Curiosamente, las temperaturas, a medida que se acercan al casquete polar no bajan, e incluso aumentan, Y lo más sorprendente: ¡alrededor del polo Sur hay una tormenta de electricidad…!

Pero una novela que recomendamos por la exuberante fantasía que tenía el escritor es Héctor Servadac. Déjese llevar por la imaginación. De entrada, un meteorito arranca, literalmente, una porción de nuestro planeta: la costa norteafricana con un trozo del Mediterráneo incluido. Este fragmento de tierra, con sus habitantes, se prepara para un largo e increíble viaje interestelar. Primero se acerca al Sol; por lo tanto, las temperaturas aumentan exageradamente —divertida la explicación de las nubes con semejante atmósfera—. Después se va alejando del Sol, las temperaturas caen en picado y el fragmento del Mediterráneo llega a congelarse. Los habitantes se adaptan al ambiente gélido y se fabrican patines para deslizarse sobre el mar congelado. El cielo es de un gris que te cubre de frío, y al final… Lo dejamos aquí, por si alguien lo quiere leer.

 

 

Tchaikovsky, el meteorólogo romántico. Siguiendo un poco más con el legado de Verne, acabo de releer La isla misteriosa, donde aparecen grandes temporales, tormentas, granizadas, nevadas, heladas, vientos huracanados. Por cierto, la isla en cuestión se encuentra a 35 °C de latitud sur, el equivalente a la ciudad de Ceuta en el hemisferio norte, y sobre ella, en invierno, se registran temperaturas que rozan los 20 °C bajo cero…
Un poco absurdo en aquella latitud y más tratándose de una isla. Pero no nos metamos con la obra de Verne, dejemos volar la imaginación. Si usted ha decidido leer alguna novela del escritor francés, le recomendamos que antes o durante la lectura escuche alguna obra de Piotr Ilich Tchaikovsky; la ambientación será total, aventuras románticas aseguradas. El compositor ruso (1840-1893) fue contemporáneo de Verne. Casi nos atrevemos a decir que la música del compositor podría ser la banda sonora de las obras de Verne. Así, para Miguel Strogoff haría falta escuchar la Sinfonía núm. 1, denominada «Sueños de invierno», obra poco conocida, pero encantadora, que refleja los paisajes nevados de las estepas rusas. El segundo movimiento es de una calma encantadora.

 

 

 

Para los numerosos naufragios que aparecen en las obras de Verne, iría como anillo al dedo el poema sinfónico «La tormenta». No existe composición que refleje tan claramente el hundimiento de una nave ante la fuerza descontrolada de los elementos. De hecho, la cuerda, el metal y la percusión imitan las ráfagas de viento, las olas gigantescas, los rayos y los truenos, hasta que el barco se hunde con un final apoteósico… Ups, ya hemos hecho un espóiler… pero vaya, se veía venir.

 

Y para la novela Las aventuras del capitán Hatteras y su viaje al polo Norte, el poema sinfónico «Fatum», que contiene una melodía romántica preciosa adecuada para escuchar en el momento en el que Hatteras descubre el polo Norte. Por cierto, cuando Verne escribió esta obra, el polo Norte seguía inexplorado. Los héroes de la novela observan que el mar se encuentra libre de hielo, y justo en medio del polo hay un… Lo sentimos, pero no podemos decirlo.

 

 

Dos curiosidades de esta novela dividida en dos partes: la descripción de fenómenos ópticos muy frecuentes en las zonas polares, como, por ejemplo, parhelios, falsos soles, halos…; y el comentario sobre Groenlandia en el siglo x, que la describe como una «isla verde». Y es que, posteriormente, se constató que así era, fruto de las temperaturas suaves que había en la Edad Media en aquella zona. Verne y Tchaikovsky, unidos por la meteorología.